Avanzamos en el tren como si fuéramos quienes iban separando el paisaje con raya al medio.
No se puede medir el preciso instante pero existe un momento en que te das cuenta que cambiaste de tierra. Fueron cambiando las plantas del paisaje, los cielos, los fondos de las tiendas, el aspecto de las personas y los idiomas.
Paulatinamente entramos -queriéndolo quizá, pero sin mucha idea de lo que querer significa- a un lugar donde nunca antes habíamos estado.
(Cuántos hay como yo y a la vez cuánto son tan distintos.)
Esto no pasa en los aviones.
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