(este es un post atrasado en el tiempo pero no en la memoria)
Ayer murió Suzanne.
Yo la pensé todo el día. Murió el día de muertos. Esa noche, escuchando a los kings of convenience, a mí se me llenaban los ojos de lágrimas por cualquier cosa.
La última vez que la vi, una de sus nietas tenía que sobarle el hombro con una pomada espesa.
Se había acostumbrado a vivir por su cuenta. Comía pan con mantequilla y veía la televisión mientras se quejaba de las corbatas que usaba el presentador. Insistía en que me llevara en los bolsillos más de los dulces que ella me ofrecía, más, siempre más. A veces le colgaba el teléfono a sus nietas a propósito. Le decía putos a los patos que vivían en su jardín. Dimos un paseo por la orilla del río recogiendo flores. Se las dimos y ella las dejó sobre la mesa.
Suzanne aguardó a su marido durante la guerra. La familia todavía guarda las fotos de él (uniformado), las fotos de ella (que lo esperaba) y las cartas que se intercambiaban.
Un soldadito alemán entró un día al pueblo. Le pidió ayuda a Suzanne y ella, pese a lo que le dijeran o dijeran de ella, le dio de comer. Sospechaba que a suerte de magia paralela, alguien le estaría haciendo el favor a su soldado en alguna parte, al que ella amaba y esperaba. Finalmente -decía- el soldado era un hombre.
Ayer murió Suzanne.
La enterraron en el sitio que compró en el panteón hace años. En el espacio al lado de Lucien que ahora había tenido que esperarla a ella.
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