Las cosas van bien. Desayunamos con los tíos mientras tomamos el sol. (Tortillas, salsa verde, huevos, pollo, crema y queso. Papaya, melón, uvas y jugo de mandarina. Historias del nacimiento de mis primas. Cafecito y pan dulce.)Todo va bien.
Entramos algo llenos a la casa.
Yo me dispongo a ayudarle a Sofía con su nuevo gadget.
El tío comienza a lavar los platos.
Largo rato transcurre sin que digamos palabra.
Elissa y Valeria ven videos de niños prodigios en el internet. La niña que baila salsa, el niño gimnasta y así.
Todo está en silencio.
Me recargo contra la pared y tomo de mi taza. Esperar a que se bajen los programas siempre es una hueva.
De pronto Juan, que ya seca los platos, se recarga contra el marco de la puerta de la cocina. Sin verme dice: ¿Oye, y quién era ese chavo güero---bla bla bla?
Volteo a verlo. Confirmo que me está hablando a mi porque se distrae un momentito del plato que seca entre dos trapos.
¡Madres!- pienso. Aunque respondo tranquilísima. -¿Qué chavo?
Lo siguiente que respondió Juan no es importante. Estoy segura que ni siquiera escuché lo que me decía. Yo sabía perfectamente de quien hablaba.
Me invadió el terror un instante. Un villano de película me tiene atada y está descosiendo una herida que va muy bien. ¡Auxilio! Tenía ganas de decirle que no quería hablar de eso. O eso, o salir corriendo. Pero, si le decía que no hablaramos sabría que había algo raro. Si salía corriendo--- no iba a salir corriendo.
Me imagino a mis primitas.
Elissa- ¿Y Ana?
Sofía- No sé...
Total, terminé por hablar.
Hablé de ti y hablé de mi.
Hablé de nosotros.
Me descosió la herida para revelar que está sana.
Era tiempo lo que hacía falta.
Ya no sueño contigo.
Esa es la mejor señal.